Cuando tenía siete años, mi padre era lo más genial del mundo. Era lo único que tenía, y a veces era difícil no envidiar a los otros chicos, no me malentiendan, yo adoraba a mi padre, es sólo que no tenía mamá, ni abuelos, solo tenía una tía que era un poco aterradora. Vivíamos en la misma casa los tres, y casi no veía a mi tía porque ella trabajaba de noche. Las pocas veces que estaba temprano en casa se veía tan agotada que prefería solo llevarle su café en silencio y dejarla en paz. Aún así la Tía era buena conmigo, a veces abría el refrigerador para descubrir pequeñas golosinas para mi. Tal vez no sabía como demostrar amor porque no tenía hijos.
En casa todo era perfecto, la vida era plena y placentera, claro a los siete años te es difícil ver que el mundo de los adultos es complicado. Me esforzaba mucho en clases para que mi padre estuviera orgulloso de mí. Al principio no entendía porque la gente se sorprendía al conocerlo, tal vez se asombraban de conocer a alguien tan genial como él. Pasarían algunos años para que entendiera que era otra cosa.
Mi padre jamás falto o llego tarde a una junta o reunión con la maestra. Siempre estaba atento a mis necesidades, pero desde que entre al tercer grado dejo de ayudarme con las tareas, me explico que eran mi responsabilidad y que era yo quien debía hacerlas y por eso debía poner mucha atención en clase, que él me daría el material que necesitará y mas tarde lo revisaría y me marcaría las correcciones pertinentes, más tarde descubrí que padre solo tenía la primaría inconclusa y por eso trabajaba como obrero. No tenía estudios que lo ayudaran a conseguir un empleo mejor. Con trabajos sabía leer y escribir y obviamente los deberes de tercer grado eran un difícil reto para él. Pero como siempre pendiente de mis tareas, cuando las terminaba le tomaba fotos que enviaba a mi tía quien le regresaba fotos marcando los errores y audios explicando el error. Papá me repetía palabra por palabra y me ayudaba en la correcciones. Cuando descubrí el truco ya estaba terminando la secundaría.
Hubo una maestra que no se sorprendió cuando conoció a mi padre, aun hoy la recuerdo con mucho cariño en mi corazón, fue mi maestra de sexto grado y la que nos asesoro para los tramites de Secundaría. Sin decir nada me llamo un día al final de clases y me ayudo a llenar mi solicitud. Solo me dijo que quería cerciorarse que escogiera una escuela cerca y que sabía que papá no tenía computadora por eso quería apoyarme. Se lo agradecí mucho, estaba preocupado porque no sabía que hacer y la tía cada día la veía menos y me sentía confundido y desorientado.
Gracias al apoyo de mis seres queridos y de esta maestra, fui el mejor alumno de mi generación y me toco dar un discurso el día de clausura. "todos podemos si de verdad queremos" era el tema central de mi pequeño discurso, pero en realidad nadie me estaba prestando atención de verdad, lo sé porque cuando mi padre se levanto orgulloso para acompañarme a recibir mi diploma por excelencia académica el revuelo y los murmullos no se contuvieron. Si, mi padre podía generar por si solo revuelo, pero que tuviera un hijo como yo era un escándalo. Era como si la loza de su pasado no le permitiera ser feliz.
Tal vez ahora te imaginas a mi padre como un ex convicto o uno de esos chicos marginados que tienen que robar o hacer cosas malas para sobrevivir, con mala cara y mal genio. Pero no, es lo mas alejado de la realidad, mi padre tenía la sonrisa mas pura que puedas imaginar, no era perfecto y eso es lo que lo hacía genial, no hacía que fuera difícil hablar con él. No tuvo una vida fácil, nadie la tiene, pero papá tenía un don, hacía parecer cualquier cosa un gran triunfo. Muchos habría decidido rendirse ante las mismas situaciones que él vivió. Mi tía se tomo un día para explicarme muchas cosas antes de entrar a la secundaría, entre ello, las razones por las que solo eramos nosotros tres.
Papá no era como otros hombres, ya lo sabía, sabía que su genética lo había hecho especial, pero hasta esa platica no sabía que para ser especial, también te dan dosis gigantes de valentía. Sabía que papá tenía Síndrome de Down, pero nunca imagine lo especial y valiente que era hasta esa conversación.
Cuando papá era joven, como todos empezó a sentir atracción hacia las chicas, pero su condición no lo hacía muy atractivo para ellas. En ese entonces tenía sus padres y mi tía cuidando de él. Trabajaba desde muy chico porque no quiso ir mas a la escuela pues en el salón le hacían burla constantemente, y aunque no tenía realmente la necesidad de trabajar pues mis abuelos tenían una posición desahogada, respetaron su decisión de trabajar en la fabrica de la comunidad.
Era una fabrica pequeña que se dedicaba a la elaboración de productos de unicel, y papá no necesitaba saber mucho para laborar ahí. Mis abuelos precavidos, guardaban en el banco cada cheque que su hijo les daba, porque sabían que no serían eternos y su hijo necesitaría apoyo en un futuro, uno que se veía muy incierto en ese momento. Su hija menor estaba obsesionada con estudiar dos carreras al mismo tiempo y aunque estaban muy orgullosos de ambos, sabían que vivían en una sociedad muy destructiva de aquellos que no eran igual. Pero si algo les daba miedo, era cuando su hijo pusiera en juego su corazón. Y eso no tardo en suceder.
Cuando mi padre tenía 22 años, llegó al pueblo una familia con una chica de unos 17 años, la niña era preciosa, y constantemente era asediada, pero ella no aceptaba, su padre entro a trabajar como colega de mi padre en la fabrica, y por platicas se entero que la economía en su hogar no era precisamente la mejor. A veces la chica llegaba a la fabrica con el almuerzo e invitaban a mi padre, el nunca había tenido esa interacción con otros y le resultaba una grata novedad el compartir alimentos con alguien más que no fuera su familia.
Dentro de esas pequeñas convivencias, se produjo una especie de conexión entre ambos, pero, pese a que el padre de la chica tenía en estima a mi padre, no quería que se relacionara con su hija, pues su hija era del boleto para salir de la pobreza, así que cuando mi padre le pidió permiso, el sin tentarse el corazón le dijo no, alegando que la chica aún era menor de edad y no quería causarle conflictos a mi padre. Hasta aquí todo parecía bien y perfecto, pero, una noche llego a la casa de mis abuelos, golpeada y con la falda ensangrentada, parecía una escena de terror. Estaba muy alterada y no podía explicarse con claridad o coherencia, así que la llevaron al hospital, donde les informaron lo peor: La chica había sido violada repetidamente y con excesivo uso de violencia, les parecía un milagro que se mantuviera consciente para pedir ayuda.
Intentaron localizar a los padres, pero no atendieron al teléfono, y nunca se presentaron mientras ella estuvo en el hospital. Mis abuelos pagaron una suma muy grande por la cuenta, y ella no quiso presentar algún tipo de cargo, alegaba que no conocía al perpetrador, pero todos sospechaban de encubrimiento. Al menos, todos concordaban en algo, era imposible que regresara a su casa, tan solo al mencionarlo, se encerraba en un profundo silencio del cual era imposible sacarla por horas, así que vivió un tiempo con los abuelos.
En ese tiempo, mi padre se acerco más a ella y parecía reciproco, hasta que unos licenciados se presentaron en la puerta de la casa de mis abuelos con una notificación contra mi padre. Se le acusaba de violentar psicológicamente y sexualmente a una menor, de privarla de su libertad y de obligarla a un aborto no deseado, y eso fue solo el principio de los infiernos que atravesó mi padre.